Quizá todos hemos sentido alguna vez en la vida miedo hacia los extranjeros, pero no percibimos que la xenofobia no solo impacta a quienes la sufren, sino que también perjudica seriamente a quienes la ejercen.
Soy colombiana y tengo más de 40 años viviendo como migrante en Europa y he sido víctima de la xenofobia. Como conozco el dolor que ésta causa, nunca imaginé llegar a ejercerla. Pero ahora que regresé a Colombia y tras oír tantas advertencias acerca de la terrible ola de delincuencia, aparentemente debida a los venezolanos, reconocí en mí los primeros síntomas de la xenofobia. Empecé a subir la guardia siempre que reconocía su acento y temía salir a la calle. Preocupada, busqué a la sicóloga Jenny Sánchez Ramírez, quien me explicó que «cuando una persona empieza a sentir miedo agudo por un grupo extranjero puede llegar incluso a activar una actitud de defensa, huida o congelamiento. Y que estas formas de reaccionar llevan a que la persona sufra altos grados de estrés porque el sistema de pensamiento complejo se bloquea para poder responder ante lo que se percibe por una situación de riesgo”.
Al ver que me estaba haciendo daño, decidí curarme de la xenofobia y me recordé a mí misma que cualquier agresión a una población humana es también una agresión hacia mí y que todos tenemos la opción de reaccionar con rechazo y miedo, pero también, hacerlo con empatía y compasión en el día a día. A fin de cuentas, el covid-19 ya ha causado demasiados estragos y no podemos dejar que el virus de la xenofobia destruya nuestra naturaleza colombiana, que nos identifica como el país más acogedor del mundo.
* Juanita Pérez Vargas
Periodista colombiana y traductora juramentada.
Experiencia de más de 25 años como asistente editorial para la División de Información Pública del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en Viena, Austria.
En la actualidad es fotógrafa y periodista freelance en castellano e inglés.