En el sistema educativo formal, exactamente en básica primaria, nos enseñan sobre la división política de Colombia, sus cuencas y las regiones que componen el territorio. Nosotros repetimos de manera mecánica lo que dice el docente o la docente.
Al norte Panamá (noroeste), el océano Atlántico y Venezuela al noreste, al sur Perú y Ecuador (suroeste), Brasil al este (sureste) y el océano Pacífico al oeste, decimos cientos de veces en colegios y escuelas, pero ¿alguna vez nos enseñaron lo que significa vivir junto a estos países? Aunque tengamos claro cuáles son los Estados vecinos, la enseñanza se concentra sólo en Colombia.
Y creo que esa es una de las razones por las cuales nos volvemos resistentes al cambio y celosos con lo nuestro. Nos incomoda lo diferente y consideramos que, si el otro o la otra se ve o piensa distinto, está mal. Entonces ¿cómo sería este mundo si eliminamos los bordes o las fronteras de cada uno de los países?
Aunque los límites de territorio entre países son necesarios, quizá la eliminación de las fronteras nos hubiese evitado la discusión sobre el origen de la arepa o las constantes disputas con Nicaragua. Maduro no estaría recurriendo a declaraciones provocadoras respecto al Esequibo y nos habríamos ahorrado muchísimo dinero en tanta guerra y enfrentamientos por el control de los Estados.
Pero, atendiendo a la realidad, ese pensamiento no cabe en el mundo real y ahora nosotros tenemos el compromiso de entender que, aunque existan fronteras, el territorio se transforma en la medida que aceptemos la existencia del otro y respetemos sus costumbres, su ser y sus aspiraciones.
Quizá debamos empezar por algo sencillo, hablar de movilidad humana sin categorizar a las personas por su nacionalidad. Sí, se oye algo complejo, pero ese proceso comienza por nosotros mismos y por la forma en que los medios de comunicación presentan la información respecto a la situación de las personas migrantes que ingresan a Colombia.
En un encuentro de medios de comunicación, generadores de opinión e influenciadores convocado por la fundación Casa de las Estrategias en el marco del programa Ciudades Sin Borde, analizamos cómo los medios de comunicación están contando la migración y descubrimos con algo de asombro malas prácticas a la hora de narrar la movilidad humana.
Por ejemplo, en una noticia del diario El Tiempo, se presentó un titular afirmando que cada 24 horas capturan a trece venezolanos por hurto en Bogotá. Si lo analizamos, el titular es hostil y no invita a la integración sino a la segregación. Al respecto, Colombia Check analizó la relación entre la presencia de venezolanos en Colombia y el aumento del crimen en el país. Estableció que tan sólo el 0.6% de los delitos son cometidos por venezolanos.
Por otra parte, también se analizó el grado de relevancia de los mandatarios o tomadores de decisiones a la hora de hablar de migración. Sobre esto, se recalcaron declaraciones como la del excandidato a la presidencia de la república, Rodolfo Hernández, quien afirmó que las venezolanas son una ‘fábrica de hacer chinitos pobres’. Se concluyó que estos discursos de odio no sólo vienen de los medios de comunicación, sino también de personas influyentes como candidatos a cargos de elección popular.
Entonces, nos dimos a la tarea de discutir cómo contar la migración sin bordes y establecimos que:
Aunque nos quede mucho camino por recorrer, yo creo que sí es posible construir un territorio sin bordes en el que haya espacio para todos y todas. Una extensión de tierra en donde por fin nadie sea suprimido, minimizado o violentado por el hecho de pensar o ser diferente y en donde, a partir de la hospitalidad, integremos a todo el que busque en esta tierra una mejor calidad de vida. De esta manera nos podremos reconciliar para construir una sociedad justa, equitativa y en paz.
*Publicado originalmente en LASILLAVACIA.COM